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sábado, 13 de septiembre de 2014

Taiga.




Taiga.


Taiga es una ciudad que toma el nombre y proporciona sentido a las particularidades del territorio. La taiga hace referencia a esos inmensos campos de Siberia, Canadá, Escandinavia y EE. UU. Extensiones sin fin repletas de árboles de hoja perenne, bosques boreales que suponen la masa forestal más grande del planeta. La vegetación dominante son las coníferas y sus troncos rectos y próximos producen gran cantidad de madera. En las zonas de clima extremo el arbolado es uniforme, las hojas de estos árboles son de forma delgada y larga, esto les permite soportar heladas extremas y no llegar a perder agua. Al ser de hoja perenne tienen la ventaja de que cuando llega el buen tiempo están dispuestas a empezar a hacer la fotosíntesis rápidamente sin perder el tiempo en fabricar las hojas… En las zonas más al sur donde el clima es suave el bosque es mixto: conviven árboles de hoja perenne y caduca, coníferas, chopos, álamos, abedules, sauces, etc.

Se trata de árboles que nacen solos y proporcionan una riqueza incalculable al país; esto es lo que más me llamó la atención de Taiga.

En la estación de ferrocarril los vagones de tren estaban cargados con troncos, hileras infinitas de este preciado material para fabricar carpintería, casas, muebles y un sinfín de objetos. También de petróleo y gas, otra modalidad que genera con el tiempo esos bosques interminables.

Cuando paseaba por los arcenes de las vías, me quedaba boquiabierto, asombrado al ver aquellas cargas de troncos tan bien tallados. Parecía imposible que la naturaleza tenga este comportamiento tan regular y preciso. Así es su voz, estable y permanente. Siempre que las condiciones se lo permitan, ella actúa con precisión y nos regala una lección moral, un trabajo preciso y un acto generoso…

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