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miércoles, 1 de octubre de 2014

El Chulo de bladivostok


Se abre la puerta
Por fin se abrió la puerta y entró Natacha con una sonrisa en los labios y canturreando ¡Ay Carmela, ay Carmela! Movía los brazos en el aire y maniobraba las caderas con movimientos sensuales; ¡sin duda estaba contenta! Llevaba un maquillaje exagerado e iba vestida para una fiesta; apareció muy peripuesta con un atuendo de flores bicromas. Le acompañaba un personaje joven, correoso, fuerte, serio, distante y con rostro siniestro.

Natacha me dispensó un saludo alegre, amable y expresivo, como si ya nos conociéramos íntimamente y no supiera nada de lo que había pasado. Al verme la cara serenó su ímpetu y me presentó a Serguei, pienso que para dar tiempo; seguidamente me preguntó con gestos qué pasaba…

Le expliqué a Natacha mi pesar señalando la puerta, la cual estaba otra vez cerrada con llave. Un poco más excitado le dije que porqué se habían marchado y me habían dejado cautivo allí dentro; ¿en que cabeza cabía esa atención al cliente? Poco a poco me fui alterando y tomando la situación como mía. Sentía como los nervios retenidos se iban liberando y me introducían de lleno en un cabreo incontrolado. Le aclaré mi malestar y le lancé a la cara el sufrimiento acumulado.

¡Durante más de tres horas he sentido indefensión, violación y privación de libertad! Era tanta mi aflicción, mi desasosiego, que pensaba que iba a tener un infarto…!

Le dije que pensaba que se trataba de un secuestro y que había enviado imágenes a la policía y a los amigos de España… Se disculpó y me dijo que la responsable aquella tarde era Irina, que ella tenía que “cuidarme” y que alguna cosa había pasado para que en esas horas marchara y no supieran donde estaba.

Con un ingles entendible, Serguei me preguntó por el móvil y me dijo que quería ver las imágenes que había enviado. Le dije que no tenía batería pero que el asunto ya era una noticia internacional; los envíos los había hecho a través de Facebook y en aquel momento podía haber miles de réplicas en todo el mundo. De súbito deseé una infantil venganza, aún a riesgo de tener un mal encuentro les quise apretar las tuercas. En aquel momento disfruté de su preocupación, de su desasosiego, sin premeditación alguna quise poner en un apuro su mundo de confort y colores champú. Esperaba que ellos pasaran por el malestar que yo había experimentado, verlos como se movían entre los jugos del miedo.

Ahora pienso que me pasé en las declaraciones y en el tono.

A la sazón se me ocurrió seguir el hilo de los acontecimientos y quise dar a aquella situación extraordinaria la trama, el ritmo y suspense que tiene la novela negra. Sin más ni más le espeté a Serguei que aquello ya era una bola de nieve imparable y añadí que mi secuestro estaba en manos de la policía y de un grupo de inspectores de la altura de Pepe Carbalho. (El conocido personaje de Vázquez Montalván. En aquel momento me salió por pura casualidad, pues hacía más de treinta años que leí aquellos relatos. Este asunto os lo hice saber en su día) Al sentir el nombre del investigador privado Serguei me miró sorprendido y al instante le cambió el brillo de los ojos. Su extrañeza lo activó de manera súbita e inconscientemente se fue al dormitorio de las regentas. Al instante se puso a hablar por teléfono y discutir a voz en grito con alguien que no estaba lejos. Aquel o aquella que estuviera al otro lado del hilo lo tenía acosado y le repetía una y otra vez:

⎯безответственно, шлюха. ¡Я собираюсь лишить нулю!⎯ 

Para mis adentros consideré que en cuestiones de novela negra Serguei era un inculto, que la figura de Pepe se le figuró en la mente como el poder de Putin cuando era jefe de la KGB, pero no es un timorato y puede producir momentos sombríos; ¡él es de luces oscuras! Su aspecto decidido, su pelo rapado, enfermizo y con calvas lo hace temeroso, es un bruto que los tiene “bien puestos” aunque no pasa de ser un chulo. Al instante me alarmé por aquellas prisas y gritos y pensé que había ido a buscar la pistola. Me arrepentí de mi inconsciente actitud y vi claramente que había metido la pata hasta los corvejones. Estaba en una situación de peligro y a la vez, como un inconsciente que se pasea por el borde del abismo, con un palito espinoso me estaba dedicando a provocar a aquellos personajes que en aquel momento eran los colmillos de aquella serpiente de sucesos…

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