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domingo, 28 de septiembre de 2014

El secuestro

Irina. 

El secuestro
Durante el viaje a Siberia mi propósito ha sido conocer la morfología, las gentes, la historia y particularidades de la ciudad donde me encontraba. Así que en Vladivostok hice como siempre, tomar un autobús y hacer varios recorridos de extremo a extremo hasta mentalizarme de cómo es su rostro y donde están las cosas que hay que ver al margen de las recomendaciones para turistas.
La lluvia había cesado y salí confiado y equipado con la cámara Sony Nex 5n, una pequeña joya de la tecnología moderna que me permite trabajar en las condiciones más extremas. Estuve haciendo fotos en el puente que cruza la bahía, después me fui a comer y aproveché el momento para lavarme la cara con las aguas del pacífico, es un ritual que no me pierdo como tampoco el de beber agua de todos los manantiales que me encuentro. Cuando regresé al Tepemok ya eran las 15,30, Irina me abrió la puerta con una sonrisa esplendida y una flor prendida en el pelo. Me fui a mi dormitorio y sin pensar en nada me tumbé en la cama y me quedé mirando aquel espacio de cándidos y soñadores. Al rato sentí unos paso que se paraban justo en la puerta, note una leve llamada y después un largo sigilo en el aire. No dije nada, solo miraba la puerta ya que estaba cerrada sin llave, un minuto, dos… así hasta que unos pies desnudos se alejaron hasta perderse en el silencio. Pensé que me estaba obsesionando, que aquellos colores de champú y madreselvas, que aquello me producían alucinaciones y alimentaban fantasías neuróticas. Me puse a respirar tranquilo hasta relajarme y al instante quedé profundamente dormido. Cuando me desperté eran las 17,20 y me sorprendió el silencio, la  mudez absoluta de la casa. Fui al lavabo, me preparé para la marcha y les llamé para despedirme, quería salir a ver la zona que visitan los marineros.
¡Natacha, Irina!...
No me contestó nadie y volví a gritar sus nombres; la respuesta fue el más absoluto silencio. Entonces decidí marchar sin despedirme, intente abrir la puerta y comprobé que estaba encerrado con todas las llaves; el manojo de S. Pedro estaban activos en la puerta de salida. La examiné detenidamente y constaté que era de alta seguridad, cierre arriba, abajo y dos estradas al bastidor lateral. Comprobé la sujeción en los muros y me tranquilizó ver que una puerta de acero como aquella estaba recibida al muro con poliuretano expandido: con todo su poderío aquella puerta podía caerse con una dulce patada; eso me tranquilizó.  Pero estaba encerrado dentro del hotel y me resultaba violento hacer nada que fuera un despropósito. No quería precipitarme en soluciones drásticas y decidí esperar: sé que soy cobarde...
Al rato volví a gritar… ¡Natacha, Irina!... ¡Natacha, Irina!...

¡Nada! Grité más fuerte y nada, no había ni un alma en aquel “nido de ruiseñores.” Entonces empecé a pensar mal y tomé la iniciativa de inspeccionar la casa. Me colé furtivamente por las habitaciones de aquella extraña residencia y constaté que todas eran del mismo perfil que la mía y lo más extraño, todas estaban desocupadas. Entré en el dormitorio de las regentas y me sorprendió el contraste de su manera de vivir. El lecho que tenían era un colchón en el suelo, las mantas estaban revueltas y las sábanas arrugadas y sudadas, la mesa un embrollo de restos de comida y papeles sucios, la nevera hacía un ruido poco tranquilizador y el nocturno olor de sus cuerpos todavía divagaba por el aire. Su presencia física no había marchado, parecía que estaban allí y por ello decidí esperar acontecimientos...

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