Irina.
El
secuestro
Durante el viaje a Siberia mi propósito ha
sido conocer la morfología, las gentes, la historia y particularidades de la
ciudad donde me encontraba. Así que en Vladivostok hice como siempre, tomar un
autobús y hacer varios recorridos de extremo a extremo hasta mentalizarme de
cómo es su rostro y donde están las cosas que hay que ver al margen de las recomendaciones
para turistas.
La lluvia había cesado y salí confiado y equipado con la cámara
Sony Nex 5n, una pequeña joya de la tecnología moderna que me permite trabajar
en las condiciones más extremas. Estuve haciendo fotos en el puente que cruza
la bahía, después me fui a comer y aproveché el momento para lavarme la cara
con las aguas del pacífico, es un ritual que no me pierdo como tampoco el de
beber agua de todos los manantiales que me encuentro. Cuando regresé al Tepemok ya eran las 15,30, Irina me abrió la puerta con una sonrisa esplendida y una flor
prendida en el pelo. Me fui a mi dormitorio y sin pensar en nada me tumbé en la cama y me quedé mirando
aquel espacio de cándidos y soñadores. Al rato sentí unos paso que se paraban justo
en la puerta, note una leve llamada y después un largo sigilo en el aire. No
dije nada, solo miraba la puerta ya que estaba cerrada sin llave, un minuto,
dos… así hasta que unos pies desnudos se alejaron hasta perderse en el
silencio. Pensé que me estaba obsesionando, que aquellos colores de champú y
madreselvas, que aquello me producían alucinaciones y alimentaban fantasías
neuróticas. Me puse a respirar tranquilo hasta relajarme y al instante quedé
profundamente dormido. Cuando me desperté eran las 17,20 y me sorprendió el
silencio, la mudez absoluta de la casa.
Fui al lavabo, me preparé para la marcha y les llamé para despedirme, quería salir
a ver la zona que visitan los marineros.
¡Natacha, Irina!...
No me contestó nadie y volví a gritar sus
nombres; la respuesta fue el más absoluto silencio. Entonces decidí marchar sin
despedirme, intente abrir la puerta y comprobé que estaba encerrado con todas
las llaves; el manojo de S. Pedro estaban activos en la puerta de salida. La examiné
detenidamente y constaté que era de alta seguridad, cierre arriba, abajo y dos
estradas al bastidor lateral. Comprobé la sujeción en los muros y me
tranquilizó ver que una puerta de acero como aquella estaba recibida al muro
con poliuretano expandido: con todo su poderío aquella puerta podía caerse con
una dulce patada; eso me tranquilizó.
Pero estaba encerrado dentro del hotel y me resultaba violento hacer
nada que fuera un despropósito. No quería precipitarme en soluciones drásticas
y decidí esperar: sé que soy cobarde...
Al rato volví a gritar… ¡Natacha,
Irina!... ¡Natacha, Irina!...
¡Nada! Grité más fuerte y nada, no había
ni un alma en aquel “nido de ruiseñores.” Entonces empecé a pensar mal y tomé
la iniciativa de inspeccionar la casa. Me colé furtivamente por las
habitaciones de aquella extraña residencia y constaté que todas eran del mismo
perfil que la mía y lo más extraño, todas estaban desocupadas. Entré en el
dormitorio de las regentas y me sorprendió el contraste de su manera de vivir.
El lecho que tenían era un colchón en el suelo, las mantas estaban revueltas y
las sábanas arrugadas y sudadas, la mesa un embrollo de restos de comida y
papeles sucios, la nevera hacía un ruido poco tranquilizador y el nocturno olor
de sus cuerpos todavía divagaba por el aire. Su presencia física no había
marchado, parecía que estaban allí y por ello decidí esperar acontecimientos...
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