Los sueños
En el tren de Kazán estuve hablando con
un mujik, un campesino de aquellos que abandonaron el campo y se marcharon a la fábrica para
seguir el curso de los tiempos. Un hombre fuerte con ojos mongoles y cabeza
enorme. En su día lo presente´ como Baba, un compañero del tren, el que me dio
un salmón ahumado. Su rostro era una máscara de tierra cocida y sus manos eran
leños de piel de elefante. Cuando le dije que era de España me recordó de
memoria todos los jugadores del Barça y del Madrid. Entonces le di un encendedor
con el escudo del Barça y los ojos le
saltaron de alegría...
Posteriormente en Irkutsk paré ante un
mostrador cargado de carne, una ternera partida por la mitad estaba
descuartizada y aquello dio pié para empezar una conversación informal con la
dependienta. El motivo estaba centrado en aquella masa sanguinolenta atravesada
por huesos y mantos de grasa. Hablamos de todo con un lenguaje elemental y me
dejó hacer fotos con ciertas reservas. Se llama Hanna y pasa el día detrás de
un mostrador vendiendo chuletas de ternera y menudillos. Para soportar el tedio
tiene un mundo construido lejos de allí, su pensamiento se pierde al otro lado
de los Urales. Con todos sus sueños no me supo decir ninguna ciudad que
centrara sus deseos, eso sí, su ilusión era ir un día a Europa… Al salir del
mercado me encontré con tres jóvenes de Azerbaiyán, sus sueños no estaban
hechos, cada uno se entregaba al devenir con los brazos abiertos, no obstante
se abrazaban entre ellos y reían despreocupados de todo...
En Ulan Ude estuve con un Camionero, esos
hombres robustos que atraviesan Siberia bajo temperaturas insoportables.
Advertí como llevaba el camión y le hice fotos de cómo hacía una maniobra
imposible. En un espacio reducido encajó un vehículo de grandes proporciones sin
un error en todos los movimientos. Con aquella máquina preciosa atravesaba
Siberia durante todo el año y según decía él, aquella era su casa. El camión
disponía de todo, dormitorio, nevera, aire acondicionado, música de calidad y
aparato de radio para transmisiones con la compañía.
Aquella mañana, mientras paseaba por una
calle de Ulan Ude, me vino frontalmente un hombre de unos ochenta años bien
llevados, bien vestido, perfumado y peinado con un traje clásico, una corbata
atrevida y el pecho cargado de medallas. Me quedé mirándole a los ojos y el me
sonrió. Le pedí hacerle una foto y se prestó a ello. Le pregunté el origen de
los galardones y me contestó:
- Te invito a un café-
Con un ruso impecable que no entendí ni
una palabra, pero con gestos expresivos que entendí perfectamente, me dijo que
él fue el chofer del Mariscal Zhucov en el cerco de Leningrado… (Esto ya lo
expliqué en la entrada sobre el Mariscal). Sus sueños estaban cumplidos…
Días más tarde, ya en Chitá, estuve con
un eclesiástico, hablamos del sentimiento religioso y de la nueva
espiritualidad rusa. Era un hombre amable, muy puesto en temas europeos y en su
extenso imaginario mantenía la ilusión de ir un día a Roma. Cuando le pedí para
hacerle una foto me dijo que sí pero de espaldas; fue una situación violenta y
me pareció indecoroso por mi parte… todavía me siento arrepentido.
En el tren, ya en dirección a Habarostk,
estuve hablando con toda una familia. Uno de ellos, el de los dientes de oro, se
llama Art-de-lo y trabaja en los campos petrolíferos de Tyumen pero nació y
vive en Habarostk; eso me ha dicho él. Es un hombre afable, cariñoso con los
compañeros y se bebe los vasos de Vodka igual que si fueran de agua. Le pido
hacerle una foto y accede sin problemas, le pregunto por los dientes y me
cuenta la historia completa. Según dijo, tuvo una disputa con su padre por
problemas de herencia y este le amenazó con desheredarlo si no dejaba la
bebida. Él le replicó que no quería nada, sólo un anillo de su abuelo que ya se
lo tenía que haber dado. Su padre le dijo:
-Si te lo doy te lo beberás.-
Él le contestó que no, que lo guardaría
para siempre y con el anillo se hizo
hacer las coronas de todos los dientes. Entonces se puso a reír con algazara…
- ¡No me los bebí pero en realidad me los estoy comiendo!-
Posteriormente, ya en Vladivostok, me
encontré con Zenaida, la vendedora de ropa para mujeres, era una gran
comunicadora y sus sueños se quedaban allí, buscando marido, hacer dinero y
después ya habría tiempo para pensar otras cosas…
Con el grupo de “las guapas de
Vladivostok estuve muy poco rato, lo suficiente como para que me explicaran la
obra de teatro que iban a ver y yo les pidiera para hacerles una fotos; se
violentaron con la petición y no pude averiguar cuales eran sus sueños…
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