El
encuentro
Cuando te encuentras perdido los
instintos se inspiran y se hacen mas creativos. Pienso que lo mejor para la
humanidad es el principio de incertidumbre, si las cosas no están claras te ves
en la necesidad de buscarle soluciones. Esta idea tendría que ser básica en la
formación de los jóvenes, la educación tendría que estar basada en ofrecer
capacidades, no soluciones.
Sigo en Moscú, tomé el metro en
Paveletskiy dirección Tverskaya, allí cambie de línea dirección Tsvenoy Bulvar.
Subir al metro ya fue una inmersión en un mundo excitante; todo tenía un
aliento nuevo…
Cuando salí de la estación de metro ya
sabia donde estaba: también lo había ensayado virtualmente y conocía los pasos
que faltaban para llegar a Gotzilla, un
hostal de mochileros que es una referencia fiable para los que van a hacer el
transiberiano. En aquellos momentos Moscú me parecía una ciudad que no tenía
bordes, pero cuando entendí que podía manejarme en aquel laberinto todo se hizo
“comprensible” y aquellas calles de nombres impronunciables se hicieron
reconocidas a base de caminar sobre ellas.
Como momentáneamente todo aparecía bajo
control me fui a almorzar y escogí una cafetería donde establecí mi centro de
operaciones en Moscú; Kofe khauz... Allí disponía de buena luz, buen ambiente,
Wi-Fi libre y una calle repleta de motivaciones… Aunque parece sencillo pedir
un café con leche y una pasta también resultó un problema, tuvieron que venir
tres camareros para intentar entendernos y al final me trajeron un café negro,
largo americano. La pasta fue más sencillo, cuando vi el panorama pensé que lo
mejor era intentar hablar el lenguaje de los sordomudos, señalé con el dedo la
pasta, puse el dinero sobre la mano y cobraron lo que tenían que cobrar.
Ese fue el aprendizaje de los primeros
instantes pero he de decir que ese ha sido el sistema que he utilizado en casi
todo el trayecto del transiberiano, especialmente en los autobuses. Nunca
llegué a saber que valía el billete, cada día me encontraba en una ciudad
diferente por tanto desistí aprender lo que mañana no serviría; abría la mano
con monedas y la cobradora se servía, tampoco podía hacer mucho más.
El viaje ha resultado una experiencia
memorable, todo lo que ha pasado lo doy por bueno; ¡pero no ha sido un viaje de
placer! En todo momento tenia que llevar el control de todo: seguridad, trenes,
hoteles, comidas, medicamentos, logística, cámara, higiene, horarios y compañía;
mis pensamientos y yo en un viaje trepidante. Todo iba dentro de mi mochila, un
pequeño bolso que colgaba de la cintura y una bolsita oculta debajo del
pantalón donde guardaba tarjetas de crédito y la mayor parte del dinero en
efectivo.
Acoplarme a los continuos cambios de
horario ha sido lo más problemático. De Barcelona a Vladivostok hay 8 horas de
diferencia y ordenar el tiempo en función de los trenes que se regían por el
horario de Moscú era otro laberinto más complejo que el primero; el tiempo y sus plegamientos,
alabeos misteriosos que solo llegué a entender algo el ultimo día. La compra de
billetes una odisea, casi siempre he recurrido a personal de los hoteles para
obtener la información por internet, ellos me lo escribían en ruso y yo
aparecía en la ventanilla con la chuleta, el pasaporte y la tarjeta de crédito;
así salía del paso, no sin contratiempos...
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