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lunes, 6 de octubre de 2014

El final del viaje





El final del viaje

En las primeras comunicaciones con el móvil, cuando a todas luces mi situación aparecía como un secuestro, os decía desde Vladivostok que había que movilizar a la policía y a personas que me pudieran ayudar. Fue el día del encierro cuando os envié imágenes sobre la escalera, la casa y los números de telf. Decía con cierta pesadumbre.
⎯Pienso que pueden ayudar: en caso necesario serán pruebas de gran valor.⎯
Buenas fueron para incentivar y mover los estímulos, hoy no sirven de nada excepto para ilustrar los relatos. Ahora debo concluir y sólo la memoria me ayuda a dibujar el final. No obstante quiero recordar algún detalle y dejarlo aquí para que formen parte de la historia.

Explicaba en las misivas por correo:

Estoy en el baño y como podéis comprobar me encuentro bien. Serguei, (el siniestro) me ha propuesto dejarme ir si le doy el móvil, un Galaxy S4 que me costó un riñón, pero siempre será mejor perder el móvil que el avión que sale pasado mañana.
He podido tomar una imagen de las deliberaciones, los veo cansados, decaídos por causa de la pérdida de Irina. Están apenados e inquietos, es normal con lo que ha sucedido. Creo que me iré a cenar. Les dejo el móvil y como no encontrarán nada aquí se acaba el asunto...⎯
Entonces Serguei vino hacia mi, me impresionó su estado, más aún al ver que entre las manos llevaba la pistola y la movía como un juguete. La agitaba con nerviosismo y cerraba los ojos con fuerza, como si quisiera mantener el control de aquella situación y no pudiera hacerlo. Seguramente lo hacía con ánimo de intimidarme, o no sabía que hacer y jugaba a citarse con la muerte. Esos gestos incontrolados no daban sentido a lo que había sucedido pero a él le producía la sensación de que hacía algo. Quizá huía del dolor o del tedio y se contraía en un lugar oculto en su mente.
Entonces Natacha se acercó a nosotros y dijo:
⎯¡Irina era la seva novia! No tinguis por, la pistola no està carregada.⎯
Él no se enteró de la escueta conversación, lo tomó como una información relevante y se tranquilizó. A la sazón “Natacha” lo cogió del brazo y se lo llevó lentamente al reservado, mientras tanto apoyaba la cabeza en su hombro y susurraba; ¡Irina está bien…! A través del pasillo los pude ver y en un descuido les hice la ultima foto que conseguí enviar al Dropbox. Los vi como hablaban, ya más calmados, sentados junto a una mesa los cuatro, parecían amigos inocentes, criaturas desvalidas.

No les entregué el móvil, vi que la discusión se alteraba y se calmaba de manera sincopada. Entre ellos había comunión de sentimientos y cuando alguien gritaba los otros hacían lo propio, cuando lloraban todos gemían al unísono. Pensé que aquello podía alargarse o tomar un rumbo inesperado. Natacha estaba serenando las cosas, era la moderadora, pero él movía los brazos y hacía chasquear el percutor de la pistola que sí, a todas luces estaba descargada...

Entonces reaccioné de manera inesperada, yo mismo quedé sorprendido de mi acción. Una vez borradas las imágenes me acerqué a ellos, les di el móvil y les dije.

⎯Tomad, todo ha sido una farsa, una mentira; ¡no hay denuncia, no hay imágenes, no hay nada. Ahora solo queda el disgusto causado por los equívocos, un encadenamiento de errores involuntarios. Los malentendidos se me han olvidado: pienso que entre todos hemos tejido este lamentable suceso…!⎯

Los descabalgué de su quimera y quedaron asombrados y sentados en el silencio. Al instante se hizo la claridad en nosotros, los nervios se calmaron y me miraban sorprendidos. Con aquel gesto desactivé la agresividad y coloqué la situación en un escenario liberador y fuera de peligro.
La muerte de Irina era lo más grave pero eso fue un accidente ocurrido en la bahía y no tenía ninguna relación con Tepemok...
Serguei cogió el Galaxy S4, lo miró, intentó ver lo que había y no supo ver nada. Entonces tomé el móvil y mientras buscaba las imágenes puse la cámara en silencio y le hice la foto que publiqué el otro día. Después le enseñe una carpeta donde estaba el puente y la catedral de Vladivostok, no pudo ver nada más pero su situación había cambiado y la mía también.
Les di la mano y les dije:

⎯He de ir a hacer unas fotos al mar antes de que se ponga el sol…⎯

Así fue: caminé a buen ritmo por aquellas calles y parques adornados de flores que llevan al puerto. Al pasar frente a una cafetería vi que daban las noticias en la televisión local y entré. Hablaban de la muerte de Irina, el caso había conmocionado a la ciudad. Al llegar al puerto me encontré con un grupo de policías que hacían vigilancia a una pequeña barca deportiva. Llevaba la cámara preparada, los miré con atención y me acerqué al lugar, quise hacer la última foto; no me dejaron acercarme.
Al girar la cabeza para marchar quede petrificado con el encuentro, sin saber muy bien como había llegado, vi a una joven igual que Irina junto a mi. Me sobresalté y ella me miró con cierta complicidad. Sin decir nada le hice un retrato que vuelvo a publicar en esta página: ella lo aceptó y puso un tono enigmático en el rostro. Miré la pantalla de la cámara para ver como había quedado la imagen y una leve corriente de aire la apagó. Cuando levanté la vista Irina ya no estaba, miré en derredor y no la volví a ver. En aquel momento quedé desconcertado y no pude tener la certeza de que aquello hubiera pasado.
Seguí el camino mientras meditaba aquella presencia que se hacía imposible en mi manera de entender la realidad. Dudé de mis observaciones, desconfié de todas las apariencias y hasta puse en cuestión lo que veían los ojos.
Más adelante, cuando el sol estaba en el crepúsculo y el cielo anunciaba las nieblas nocturnas, un grupo de pescadores de lubinas se divertían con las capturas. Otros miraban y se dejaban llevar por los ricos misterios que regala el Pacífico: sin pensarlo me uní a ellos y respiré profundamente los resuellos de aquel instante.
Con este acto di por finalizado el viaje a Siberia…

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